Los interminables cortes de luz, la ola de calor infernal y sin precedente, la inflación desbocada y la inseguridad saliéndose otra vez de control se aunaron en los últimos días para conformar un inquietante clima de tensión social, que puso a varios intendentes del conurbano bonaerense en alerta máxima.
A ese combo se le suman las disputas en el oficialismo que impactan de lleno en los territorios más complicados. Las protestas en las calles ya no son una excepción ni están controladas por alguna dirigencia.
El clima de alta crispación, sin embargo, no está circunscripto a la geografía que rodea a la Capital, llagada por las necesidades insatisfechas y las desigualdades extremas. Los límites de la General Paz y el Riachuelo fueron traspuestos con el correr de los días para extenderse por diversos barrios porteños, desatendidos por la empresa Edesur.
Antes de que a Horacio Rodríguez Larreta le tocara experimentar en vivo y en directo el malestar de vecinos afectados por los cortes de luz (y otros enojos), un intendente bonaerense de Juntos por el Cambio había encendido la alarma en una reunión de ese espacio sobre lo que estaba observando en su distrito y en municipios vecinos. El clima de frustración y desencanto dominante había empezado a mutar en bronca, sin matices.
A los cortes de energía y el calor se les suma un palpable aumento de la inseguridad, que agrega demandas sobre los intendentes y el gobernador Axel Kicillof, con el trasfondo del nuevo índice de inflación que les echó una palada de tierra a las ilusiones que venía alimentando el ministro prestidigitador Sergio Massa.
“En mi distrito no ha habido casi cortes de luz, pero entre la inflación y la inseguridad está todo muy al límite. Si no se rompe es porque gobierna el peronismo y contenemos abajo. No queremos ni nos conviene que se desborde. Si no se agrava demasiado la situación general ni ocurre algo inesperado (que no hay que descartar nunca), no va a haber estallido, pero sí vamos a ver una paliza en las urnas; la bronca es enorme”, afirma un intendente peronista del primer cordón del conurbano.
“El clima está muy denso y si esto no estalla es porque los principales afectados, sobre todo por los cortes de luz, son gente de clase media y sus reacciones son por demandas puntuales, entre ellos tienen lazos más débiles y no hay quien los lidere. Si apareciera alguien en quien confiaran y capaz de conducir ese malestar, esto explotaría”, dice un alto funcionario de un municipio del GBA en manos de la oposición. Con él coinciden funcionarios y dirigentes oficialistas, periodistas locales e investigadores de las dinámicas sociales.
La inseguridad es la otra variable que está caldeando los ánimos. Al deterioro social y económico se le suma el avance de la comercialización y consumo de drogas ilegales, la inacción o corrupción policial en muchos casos y las disputas políticas que aceleran el proceso de descomposición y los problemas de conducción sobre las fuerzas de seguridad.
El contundente reclamo que hizo Kicillof al gobierno nacional por el despliegue de fuerzas federales sin coordinación con la provincia, revelado anteayer por Cecilia Devanna, es la expresión más notoria de ese problema y de la profundidad del conflicto político en el oficialismo con sus consecuencias concretas sobre la sociedad. El problema mayor para el gobernador es que todo eso lo expone a él ante los votantes, que habitualmente en la provincia suelen mirar y demandar más al Presidente y a los intendentes que al gobernador. El renacido Daniel Scioli puede darle cátedra.
Al mismo tiempo se pone en evidencia la complicidad o connivencia con la delincuencia de la policía, que deja zonas liberadas, dicen funcionarios y observadores.
“Estamos registrando entraderas, asaltos hechos por motochorros y arrebatos en las estaciones de trenes y en las calles como hacía mucho que no veíamos”, afirma otro intendente oficialista del oeste del conurbano.
Los números oficiales no reflejan esa situación. Pero un funcionario que tiene bajo su responsabilidad la seguridad en un distrito de la primera sección electoral ofrece una explicación verosímil. “Cada vez hay más delito oculto. Por cada hecho que se denuncia hay como mínimo dos o tres que no se declaran ni ante las fiscalías o las comisarías y ni siquiera al 911 o los sistemas que tenemos en las intendencias para recibir de denuncias de casos”, explica. La desconfianza en las instituciones y la baja expectativa de respuestas crecen a la par del delito. Incapacidad estatal, corrupción e internas políticas subyacen detrás de esa realidad.
El aumento de la inseguridad tampoco es un problema limitado al Gran Buenos Aires. También, a pesar de lo que dicen las cifras del gobierno porteño, han aumentado los hechos criminales que toman estado público en la ciudad de Buenos Aires. Una realidad que reconocen en reserva en el oficialismo local.
Al deterioro de la situación social, con su correlato de marginación, que suele reflejarse en el índice delictivo, varios observadores le suman la situación irregular en el Ministerio de Seguridad porteño. En la policía local no estaría pasando inadvertida la vacancia (por ahora temporaria) en la cúpula de esa cartera.
Hasta fin de mes durará la licencia que pidió el ministro Marcelo D’Alessandro (o le pidieron), tras el escándalo por su presencia en el viaje organizado por directivos del Grupo Clarín y al que también fueron jueces y fiscales. La incertidumbre (otra más) que mantiene el jefe de gobierno sobre lo que hará con esa área no estaría siendo inocua.
Así, nadie logra explicar por qué se desplegaron agentes de infantería de la policía porteña ante protestas de vecinos afectados por los cortes de luz, que solo generaron más crispación. Como enseñó con el ejemplo el profesor Alberto Fernández, la procrastinación tiene costos.
Al calor de la interna K
La política o las disfuncionalidades de la política estarían teniendo demasiadas consecuencias. En la reunión mantenida entre dirigentes y funcionarios cambiemitas, antes mencionada, y en otros contactos que intercambiaron referentes de la oposición, surgió otra novedad inquietante que empiezan advertir en medio del malestar social.
“En los lugares donde los vecinos salieron a protestar por los cortes de luz o por la inseguridad empezamos a advertir a gente instigando a protestar y hacer quilombo. En algunos casos vimos que entre estos había militantes de La Cámpora”, afirma un alto dirigente cambiemita del conurbano sureño. En la misma línea se expresaron con preocupación un funcionario municipal del mismo espacio y un referente territorial del peronismo del Gran Buenos Aires.
Por supuesto, en la agrupación liderada por Máximo Kirchner niegan que los suyos estén agitando ni, mucho menos, que desde la cúpula pudiera incentivarse esa agitación.
Sin embargo, es un hecho que la otrora verticalista agrupación atraviesa un proceso de discusión y reestructuración interna que se potencia desde la cima y da lugar a un fenómeno impensado hasta hace nada: la aparición de librepensadores y free riders. De ahí que lo que en otro momento pudo resultar una fantasía hoy adquiere visos de verosimilitud. Más cuando la tensión ente los hijos biológico y político de la vicepresidenta, Máximo Kirchner y Axel Kicillof, está en uno de sus puntos más críticos.
El contrapunto que el heredero de la dinastía familiar planteó en público al gobernador durante el acto por el “Luche y vuelve” hace 10 días, en Avellaneda, fue la expresión más explícita, pero no la única y, tal vez, ni siquiera la más importante que tuvo para manifestar su disputa con Kicillof.
La pelea de los hijos
La discusión respecto de si había que bajar al territorio, expuesta por el mandatario, y la réplica de que no había que bajar sino subir ahora a la militancia a los cargos de decisión, manifestada por el hijo diputado, son mucho más que una cuestión de ubicación témporo-espacial.
Máximo Kirchner demanda que Axel Kicillof abra más el juego en la administración bonaerense a los camporistas y a los referentes de sus aliados, como el lomense Martín Insaurralde, cuyo poder real nunca le es suficiente y menos en estas horas en que las dificultades políticas no son las únicas que afectan su ánimo. Pero más importante que el presente es para ellos el futuro, que cada día asoma más sombrío ante la brutal recaída económica sin visos de recuperación.
Los referentes de La Cámpora se ocuparon de aclarar a lo largo de la semana que cuando el hijo de la vicepresidenta dijo que “hay algunos que todavía dudan en abandonar sus aventuras personales” no se dirigía solo a Alberto Fernández.
El mensaje también estaba dirigido a Kicillof, a quien La Cámpora empuja cada vez con más fuerza para que encabece la boleta nacional del oficialismo, ante la renuencia de Cristina Kirchner a “volver”. “Si Axel es el que más votos retiene de Cristina, como todos dicen, entonces que vaya a presidente, que es el lugar que más tracciona, y le deje la candidatura a gobernador a un compañero”, explican en las cercanías del heredero santacruceño.
La sociedad que Martín Insaurralde tiene con Máximo Kirchner alimenta las ilusiones del lomense y le compensa algunos disgustos personales. Pero no sería él el beneficiario de un “ascenso” del gobernador. La Cámpora pretende que uno de los suyos se quede con la fortaleza donde intentan resistir a una eventual derrota nacional, que cada vez consideran más probable.
El nombre de Eduardo “Wado” de Pedro lidera las apuestas, pero algunos traspiés de los últimos días y el bajo nivel de conocimiento que tiene en el electorado le bajaron el precio. Nada definitivo. En la provincia de Buenos Aires se gana por un voto y es decisivo lo que traccionen el tramo nacional de la boleta y los intendentes y candidatos municipales. En el camporismo sobran herederos y no abundan emprendedores.
Ese escenario alimenta y da verosimilitud a la denuncia de la presencia de agitadores camporistas en los territorios donde hay más crispación y no gobierna ese espacio. Da igual si el municipio están en manos de opositores cambiemitas o de peronistas no kirchneristas.
La discusión urgente se da puertas adentro. Fernández y Kicillof son los destinatarios de su presión (o chantaje) creciente: deben encuadrarse, pero se resisten. En La Cámpora temen que si el tiempo sigue pasando sin lograrlo, sea demasiado tarde.
No son pocos los referentes territoriales peronistas que les dan la razón. Las mediciones que algunos de ellos han hecho muestran un escenario muy adverso tanto en el plano nacional como en el provincial, que podría impactar en lo local. Vuelven los afiladores de tijeras (para cortar boletas).
La perspectiva de que la tensión y el rechazo social dejen de estar encapsulados en los sectores medios de la población es demasiado probable. Los casi 10 puntos de aumento en el rubro de alimentos, que superan por tres puntos el índice general de precios, además de los incrementos también por arriba de esa media en los indicadores que preanuncian lo que ocurrirá el mes próximo, generan nuevas alertas.
La inflación en alimentos desde que asumió Fernández es 40 puntos mayor que la del índice general, y ya se sabe que a los que más afecta es a los sectores de menores ingresos, sin asistencia del Estado, que gastan casi todo su dinero en los consumos imprescindibles. Para peor, en esos segmentos las compras se hacen en los comercios de cercanía, donde la brecha de precios con los grandes supermercados llega a niveles abismales, hasta más que duplicarse.
La tensión entre quienes tienen trabajo y son pobres y los pobres que reciben asistencia del Estado en sus distintos niveles (nacional, provincial y municipal) también solo tiende, peligrosamente, a crecer y a alimentar el enojo con el oficialismo, aunque también con la mayor parte de la dirigencia política.
En los centros urbanos más grandes los cortes de luz, la ola de calor, la inflación y la inseguridad son cortocircuitos sobre un polvorín cada vez más explosivo. Cuidado con los chispazos.