Un año en política argentina es una eternidad, Alberto Fernández lo sabe mejor que nadie. En diciembre de 2018 respondía con insultos los agravios de usuarios anónimos en Twitter, que nadie se molestó en borrar. También proponía la idea de que Cristina Kirchner compitiera con Sergio Massa en las PASO, que ahora 22 gobernadores y el Ejecutivo quieren suspender. Incluso comparaba a la ex presidenta con Lionel Messi. Doce meses después, Mauricio Macri le colocaba la banda presidencial, según publicó el diario Clarín.
En su discurso de asunción trazó su horizonte. “Quisiera que seamos recordados por haber sido capaces de ayudar a volver a unir a la mesa familiar (…) Quisiera que seamos recordados por haber sido capaces de superar la herida del hambre en la Argentina (…) Quisiera que dejemos como huella haber reconstruido la casa común con un gran proyecto nacional, un Acuerdo Estratégico para el Desarrollo”, sentenció frente a la Asamblea Legislativa.
En la intimidad, Fernández sugirió desde los primeros días de su mandato un norte mucho más concreto, que más tarde hizo público. “Quiero resolver de una vez para siempre el problema de la deuda”, repitió en varias entrevistas. Pretendía hacerlo al mismo tiempo que reactivara -con estímulos- el consumo interno; dos operaciones que, como explicaban en la Casa Rosada, no suelen afrontarse como un mismo movimiento.
Por ahora un gran interrogante se posa sobre esos objetivos: la situación social empeoró, el 44 por ciento de los argentinos son pobres, según el Observatorio Social de la UCA; la polarización no se evaporó y el Gobierno sumó US$ 10 mil millones al stock de deuda, mientras cerró un acuerdo con los acreedores privados y negocia con el Fondo Monetario Internacional.
A la volatilidad de la política y la economía locales, se sumó la imprevisible irrupción del coronavirus y sus consecuencias sobre la economía en todo el mundo. En el Ejecutivo ya asimilaron que la pandemia signará el legado de esta administración. “Dentro de 50 o 100 años, cuando alguien investigue cómo se administró la pandemia en la Argentina, aparecerá el nombre de Alberto. Ese capítulo todavía no terminó de escribirse, está abierto”, señala un funcionario de jefatura de Gabinete.
El Presidente lo sabe. Lo exteriorizó durante el acto por el Día de la Lealtad en la sede de la CGT. “Somos los gobernantes de la pandemia y así nos recordarán. Nos habrá tocado sobrepasar el momento más difícil que el mundo ha experimentado y que en una Argentina en crisis, esa pandemia la condenó infinitamente más”, sostuvo.
Paradójicamente, la pandemia y la estrategia temprana de confinamiento que impuso el Gobierno le permitió al jefe de Estado acumular una adhesión sin precedentes. Las encuestas más pesimistas les otorgaron al Gobierno una aprobación del 57 por ciento entre marzo y abril. Las más optimistas registraban que la imagen del Presidente llegaba al 80 por ciento. Ese capital se fue deshilachando con el tiempo hasta llegar al 38 por ciento. Según los sondeos, más de la mitad de la población aprueba todavía la gestión sanitaria del Ejecutivo.
“Presidente, usted es el comandante en la batalla, somos uno solo en esta pandemia», dijo el jefe del interbloque de diputados Juntos por el Cambio, Mario Negri, durante la reunión del mandatario con los titulares de los bloques del Congreso, justo antes de que Fernández decretara el inicio de la cuarentena. Por esos días, el país le puso pausa a la grieta.
Fernández y buena parte del Gobierno se convencieron rápido de que la estrategia sanitaria del Ejecutivo no solo era exitosa, sino única en el mundo. “Los primeros resultados parecen mostrar que estamos dominando al virus”, dijo el mandatario en una de las conferencias de prensa, paisaje casi inédito, que protagonizaba con el gobernador bonaerense Axel Kicillof y el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta. El espejismo duraría poco.
Casi 40 mil muertos, un millón y medio de contagios registrados y media docena de quejas diplomáticas después, el Presidente y sus laderos reivindican su tarea y repiten lo mismo que en el tumultuoso velorio de Diego Maradona. “Si no hubiéramos organizado esto, todo habría sido peor”, reflexionó Fernández para explicar la postal de una Casa Rosada tomada por barrabravas.
El Presidente no solo debió rectificar el horizonte de su legado; también racalculó el reordenamiento macroeconómico que pretendía plasmar. “Tenemos disciplina fiscal, no vamos a andar emitiendo moneda a lo loco”, le dijo a Clarín en una entrevista con los medios que cubrieron la única gira internacional que encabezó, antes de que la pandemia se globalizara. Logró -con el apoyo de opositores como Rodríguez Larreta- suprimir el cálculo previsional que el Congreso votó en diciembre de 2017. Durante su excursión por Israel, Italia, España, Alemania y Francia pudo demostrar que las fotos con los jefes de Estado más poderosos del mundo no eran exclusivas del macrismo. En la región se sintió más solo.
Los 9 millones de beneficiarios del IFE, el crédito subsidiado, los ATP, la caída abrupta del consumo y la producción obligaron al Banco Central a emitir medio billón de pesos. Ahora, el Gobierno revisa con algunos socios de su coalición -las organizaciones sociales, con varios referentes en cargos clave del Ejecutivo, y la CGT- el empalme de la ayuda social. Se sumaron 130 mil beneficiarios de planes de empleo a los 570 mil que heredó esta administración. Por las dudas en el Gabinete económico toman distancia. “No hay más plata”, grafican.
Por decisión propia -y por la falta de reacción de varios ministros- Fernández concentró la imagen y las palabras de su Gobierno. Con actos periódicos -interrumpidos en el peor momento de la pandemia- cosechó un promedio de más de una entrevista por día; casi siempre en radios.
El Presidente no logró o no quiso aún desmarcarse de la sombra de Cristina Kirchner. El hecho inédito de una aspirante a vicepresidenta que ungió al candidato que terminaría por encabezar la boleta presidencial y convertirse en jefe de Estado está instalado en el imaginario del círculo rojo y, otra vez según los sondeos, en la opinión pública.
A la ex mandataria le bastó con contadas y calculadas apariciones en redes sociales o con cartas públicas para mostrar la centralidad que sigue ocupando en el tablero político.
Fernández, que concentró desde el principio la relación con la vicepresidenta con tés en la residencia de Olivos, negó siempre en público los supuestos malestares de la ex presidente con su administración. Los trascendidos siempre giraron alrededor de la velocidad del Gobierno, la supuesta falta de idoneidad de varios ministros y hasta la dirección de la administración Fernández.
En los últimos 85 días, algo cambió: ministros y funcionarios cercanos al Presidente admiten que la relación es mala. En el cristinismo tampoco disimulan las críticas. Solo la muerte de Maradona volvió a reunirlos para la foto. El trato fue mínimo. Y frío. La vice solo pasó tres veces por la Casa Rosada donde gobernó durante 8 años: para la asunción, para el anuncio de la reestructuración de la deuda y para despedir al ídolo futbolístico. Se refugió siempre en el despacho del ministro del Interior y referente de La Cámpora Eduardo “Wado” de Pedro, uno de los pocos dirigentes que tiene la confianza de los dos Fernández. El delegado de la presidenta del Senado, Oscar Parrilli, es hoy el interlocutor entre el mandatario y la vice.