Se trata de una derivación secundaria de un plan más complejo; en las líneas estructurales trabajan, juntos o separados, asesores de Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta y algunos radicales
La plata no vale nada. La afirmación de la calle sobre los billetes en la Argentina se coló en conversaciones al máximo nivel en Juntos por el Cambio. El final de esa inquietud podría llevar a un nuevo giro: que el país tenga una nueva moneda, con menos ceros, si el año próximo llega al poder una alternativa distinta al Frente de Todos.
El cambio de moneda es una derivación secundaria de un plan más complejo. Se trata todavía de una constelación invertebrada de ideas que crecen en discusiones sobre el futuro. Participan, juntos o separados, Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta y algunos radicales. Pero quienes trabajan en las líneas estructurales son sus asesores.
Hay tres nombres que se destacan. El exministro de Economía, Hernán Lacunza, cercano a Larreta y María Eugenia Vidal; el diputado Luciano Laspina, asesor clave de Bullrich y Carlos Melconian, un viejo conocido del macrismo que dialoga con todos los signos políticos desde su lugar en la Fundación Mediterránea y está redactando un plan económico para el próximo presidente, cualquiera sea su extracción partidaria.
Detrás de ellos se levanta una segunda línea de funcionarios históricos ahora revalorizados por llamadas telefónicas, mensajes de WhatsApp y pedidos de reunión. El más importante es Domingo Cavallo, quien se juntó dos veces con Macri y habla con casi todos. Una en su casa de Acassuso, la otra en el segundo piso de Mercado de Liniers, un restaurante en Palermo. Pero también con Horacio Liendo, colaborador del exministro en los años 90 y redactor del plan de convertibilidad a partir de las ideas de Carlos Pellegrini.
Hay otro consenso que parece germinar entre opositores. El próximo gobierno debería implementar un cambio en el régimen monetario en el marco de un programa de estabilización y crecimiento. Además de los economistas del PRO, es una línea de trabajo que también siguen Javier Milei y el diputado radical Alejandro Cacace, para poner ejemplos extremos.
Un nuevo régimen implica reformas estructurales y profundas, como agilizar las regulaciones del Estado, eliminar la distorsión de precios relativos (subas de luz y gas) y eliminar rápidamente el déficit fiscal para ganar confianza. Pero también otras medidas que incluso cambiarían la manera en que se compran y venden las cosas en la Argentina.
Un ejemplo. Roberto Cachanosky se reunió el año pasado con Mauricio Macri. Entre las cinco ideas que le llevó, figuraba la posibilidad de ir hacia un sistema bimonetario. Es decir, que la gente pueda pagar con pesos, pero también con dólares, lo que compra. Patricia Bullrich piensa algo similar, inspirada por Laspina. El diputado, junto a sus compañeros Ricardo López Murphy (Republicanos), Martín Tetaz (Evolución Radical), José Luis Espert (Avanza Libertad) y Waldo Wolff (PRO), presentó esta semana un proyecto de ley que es requisito de cualquier reforma monetaria.
Lacunza, que maneja los equipos de la Fundación Pensar, lo planteó en reuniones reservadas en la sede del Gobierno porteño. Lo escucharon distintos socios de Juntos por el Cambio.
Segundas y terceras líneas de la administración anterior se pusieron a estudiar un caso aún más irreverente. Buscan determinar cómo ocurrió “el milagro” venezolano y qué podría ocurrir en la Argentina, salvando distancias estructurales importantes, si la receta que usa Nicolás Maduro se aplica en el país.
Preso de una inflación altísima, el régimen bolivariano aplicó un fuerte ajuste y autorizó la dolarización de hecho, al hacer la vista gorda a las operaciones que se hacen con la moneda norteamericana. El efecto hasta ahora es luminoso: bajó la inflación y el país que era récord, ahora tiene mejores resultados que la Argentina.
El supuesto detrás de esa idea es que la convivencia con el dólar hará mejor al peso, porque si la moneda local no está a la altura, nadie querrá utilizarla.
Para que el peso, o su sucesor, sirva, el Banco Central se tendría que manejar con prudencia. Es el sueño de Macri, pero también de muchos otros. Por eso Bullrich amaga con imaginar al frente de la entidad monetaria a su peor enemigo, Javier Milei. Eso solo podría ocurrir luego de que el libertario compita por la Presidencia. Nadie se atreve hoy a entrometerse con los sueños de un diputado provocador alentado por las encuestas.
La plata no vale nada. La afirmación de la calle sobre los billetes en la Argentina se coló en conversaciones al máximo nivel en Juntos por el Cambio. El final de esa inquietud podría llevar a un nuevo giro: que el país tenga una nueva moneda, con menos ceros, si el año próximo llega al poder una alternativa distinta al Frente de Todos.
El cambio de moneda es una derivación secundaria de un plan más complejo. Se trata todavía de una constelación invertebrada de ideas que crecen en discusiones sobre el futuro. Participan, juntos o separados, Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta y algunos radicales. Pero quienes trabajan en las líneas estructurales son sus asesores.
Hay tres nombres que se destacan. El exministro de Economía, Hernán Lacunza, cercano a Larreta y María Eugenia Vidal; el diputado Luciano Laspina, asesor clave de Bullrich y Carlos Melconian, un viejo conocido del macrismo que dialoga con todos los signos políticos desde su lugar en la Fundación Mediterránea y está redactando un plan económico para el próximo presidente, cualquiera sea su extracción partidaria.
Detrás de ellos se levanta una segunda línea de funcionarios históricos ahora revalorizados por llamadas telefónicas, mensajes de WhatsApp y pedidos de reunión. El más importante es Domingo Cavallo, quien se juntó dos veces con Macri y habla con casi todos. Una en su casa de Acassuso, la otra en el segundo piso de Mercado de Liniers, un restaurante en Palermo. Pero también con Horacio Liendo, colaborador del exministro en los años 90 y redactor del plan de convertibilidad a partir de las ideas de Carlos Pellegrini.
Hay otro consenso que parece germinar entre opositores. El próximo gobierno debería implementar un cambio en el régimen monetario en el marco de un programa de estabilización y crecimiento. Además de los economistas del PRO, es una línea de trabajo que también siguen Javier Milei y el diputado radical Alejandro Cacace, para poner ejemplos extremos.
Un nuevo régimen implica reformas estructurales y profundas, como agilizar las regulaciones del Estado, eliminar la distorsión de precios relativos (subas de luz y gas) y eliminar rápidamente el déficit fiscal para ganar confianza. Pero también otras medidas que incluso cambiarían la manera en que se compran y venden las cosas en la Argentina.
Un ejemplo. Roberto Cachanosky se reunió el año pasado con Mauricio Macri. Entre las cinco ideas que le llevó, figuraba la posibilidad de ir hacia un sistema bimonetario. Es decir, que la gente pueda pagar con pesos, pero también con dólares, lo que compra. Patricia Bullrich piensa algo similar, inspirada por Laspina. El diputado, junto a sus compañeros Ricardo López Murphy (Republicanos), Martín Tetaz (Evolución Radical), José Luis Espert (Avanza Libertad) y Waldo Wolff (PRO), presentó esta semana un proyecto de ley que es requisito de cualquier reforma monetaria.
Lacunza, que maneja los equipos de la Fundación Pensar, lo planteó en reuniones reservadas en la sede del Gobierno porteño. Lo escucharon distintos socios de Juntos por el Cambio.
Segundas y terceras líneas de la administración anterior se pusieron a estudiar un caso aún más irreverente. Buscan determinar cómo ocurrió “el milagro” venezolano y qué podría ocurrir en la Argentina, salvando distancias estructurales importantes, si la receta que usa Nicolás Maduro se aplica en el país.
Preso de una inflación altísima, el régimen bolivariano aplicó un fuerte ajuste y autorizó la dolarización de hecho, al hacer la vista gorda a las operaciones que se hacen con la moneda norteamericana. El efecto hasta ahora es luminoso: bajó la inflación y el país que era récord, ahora tiene mejores resultados que la Argentina.
El supuesto detrás de esa idea es que la convivencia con el dólar hará mejor al peso, porque si la moneda local no está a la altura, nadie querrá utilizarla.
Para que el peso, o su sucesor, sirva, el Banco Central se tendría que manejar con prudencia. Es el sueño de Macri, pero también de muchos otros. Por eso Bullrich amaga con imaginar al frente de la entidad monetaria a su peor enemigo, Javier Milei. Eso solo podría ocurrir luego de que el libertario compita por la Presidencia. Nadie se atreve hoy a entrometerse con los sueños de un diputado provocador alentado por las encuestas.
Juntos por el Cambio busca sacar provecho de los errores de 2015. Hoy el shock ocupa el lugar que antes tenía el gradualismo. El equipo de Bullrich le encargó al de Orlando Ferreres que hiciera ejercicios econométricos para anticipar cómo podrían reaccionar en el futuro los hilos de la Argentina frente a ciertos cambios. Por ejemplo, si se bajan impuestos que se consideran improductivos (en la mira están Ingresos Brutos y el del cheque), así como cuál es la reducción necesaria del déficit para generar un golpe de confianza.
Las espadas de la oposición tienen una preocupación que podría resultar curiosa. A los nombres mencionados arriba se le suman otros, como María Eugenia Vidal, Facundo Manes, Alfredo Cornejo y los dirigentes de la Coalición Cívica. Sucede que el incremento de la deuda pública durante la gestión de Alberto Fernández generará un estrés adicional sobre la gestión de quien lo suceda. Es el mismo lamento que se le escuchó al presidente cuando solo era candidato y cuyo eco vuelve en casi en cada aparición pública del oficialismo.
El rojo total del Tesoro del primer trimestre, una cifra oficial que se conoció el pasado lunes por la noche, muestra que el Frente de Todos lo aumentó en 16,47%. Esa cifra negativa, que se suma a la deuda creciente que acumularon Cristina Kirchner y Mauricio Macri, se estirará en lo que le queda de gobierno a Alberto Fernández, a tal punto que incluso podría superar el incremento de Macri. La bandera del desendeudamiento que levanta el kirchnerismo es un trapo cada vez más gastado.
Hay más paradojas. Los borradores de la oposición buscan reducir drásticamente la emisión, principal motivo de la inflación. Algunos solo quieren limitarla a lo necesario para comprar Leliqs. Son las letras del Banco Central que Alberto Fernández había prometido eliminar para que los jubilados no pagaran por los medicamentos. Eso no ocurrió, ni mucho menos. Creció una bola de nieve financiera capaz de aplastar cualquier retoño de recuperación económica.
Hay otro dato curioso. El kirchnerismo acusó al FMI de jugar a favor de Cambiemos, pero ahora los herederos de esa fuerza sostienen que el Fondo fue muy comprensivo con las necesidades de Martín Guzmán, que viajó esta semana a Washington para ver a su titular, Kristalina Georgieva.
Al mismo tiempo, los equipos de un presidenciable de la oposición se ponían en contacto con sus informantes en el FMI para conseguir una estimación del peso de la deuda en diciembre de 2023. Washington seguirá siendo una estación terminal de cualquier ruta que tome la Argentina.
Una historia argentina
El país tuvo cinco monedas en su historia. La pérdida de su valor obligó a quitarles ceros. La primera, y la más longeva, fue el peso moneda nacional, que nació en 1881. Duró hasta 1969 y cayó en manos de una inflación acumulada de 50.230%. Luego vino el peso ley 18.188, que le restó dos ceros al anterior, entró en vigor el primer día de 1970 y fue reemplazado por el peso argentino, en 1983. Allí quedaron otros cuatro ceros en el camino.
El austral llegó en 1985 y le sacó otros tres ceros a su antecesor. Se desgastó con una inflación superior a cinco millones por ciento y nació el peso, que les tachó otros cuatro ceros a los papeles. Las discusiones en la oposición proponen quitarle al menos uno al próximo billete, en caso de que prospere.