El Presidente y Martín Guzmán buscan acercarse al sector privado para dar las señales de previsibilidad que no puede mostrar la coalición de gobierno; los próximos pasos en la agenda
Alberto Fernández busca lo que Cristina Kirchner no le da en el lugar donde la vicepresidenta menos quiere. A tal punto que, junto a su ministro más cuestionado, Martín Guzmán, intenta sellar una alianza con el sector privado, receptor frecuente de críticas por parte del ala dura del kirchnerismo. El objetivo es darle a su gestión en las próximas semanas un marco de previsibilidad en medio de la incertidumbre económica que genera la fractura en el Frente de Todos.
Guzmán se convirtió en la sombra de Alberto Fernández. El jueves cinco de mayo fue invitado a la cena que el Presidente tuvo con Paolo Rocca en la Quinta de Olivos, la reunión más importante del último tiempo. El jefe de Techint llegó con Luis Betnaza y entre platos de ravioles entusiasmó a Fernández con la posibilidad de venderle gas argentino a Europa en reemplazo del ruso, una idea que la comitiva presidencial difundió por España, Alemania y Francia en la semana que acaba de terminar.
El ministro de Economía cree que el titular de Techint es un empresario paradigmático, con ideas similares a las que él profesa. Tanto que salió del encuentro convencido de convocar a una mesa de discusión a la que se sienten dueños como -además el propio Rocca- Marcos Bulgheroni (PAEG) y Eduardo Elsztain (IRSA), entre otros, con ejecutivos. Este último es un grupo afín a las invitaciones de la Casa Rosada y reúne a nombres como los de Laura Barnator (Unilever), Antonio Aracre (Syngenta), Sergio Kaufman (Accenture) y Gabriela Renaudo (Visa).
El Presidente intenta sintonizar con la frecuencia empresaria. Para eso reabrió su agenda de reuniones con apellidos importantes que exceden a los que recibe habitualmente. Además de Rocca, tuvo un encuentro privado con Juan Martín de la Serna, presidente de la filial local de Mercado Libre. Le planteó a Fernández la necesidad de que haya reglas claras para seguir invirtiendo y su preocupación por las regulaciones antifintech que el Banco Central viene llevando adelante. La reunión duró más de 45 minutos y se discutió sobre economía.
La soledad en el poder y las críticas a la gestión desde el propio oficialismo hicieron que el Presidente y Guzmán formen ahora una pareja simbiótica. Fernández no solo lo convalida frente a los ataques de Cristina Kirchner y su círculo, sino que también pone la cara en su nombre ante cuestionamientos de su tropa más fiel. Por ejemplo, tuvo que responder a un planteo de Gabriel Katopodis (Obras Públicas) por el alto perfil político de Guzmán camuflado entre palabras técnicas. Fastidio o pragmatismo, Katopodis se encarga del armado albertista y está tendiendo puentes con el hipercrítico Andrés “Cuervo” Larroque en la provincia de Buenos Aires.
Ambos volvieron a hablar varias veces el viernes, el sábado y tuvieron una conversación clave en la tarde del domingo pasado. Pocas cosas sorprendieron más al ministro de Economía que las estadísticas difundidas dos días antes por Cristina Kirchner en Chaco. Guzmán advirtió que tenía serios errores técnicos, se lo comentó a Fernández y le dijo que le debía una entrevista a María O’ Donnell. Ambos decidieron hablar y el ministro rectificó públicamente los dichos de la vicepresidenta con una convicción: no cree que mienta a propósito, sino que está mal asesorada.
Cristina Kirchner dio la media vuelta de llave que faltaba para abrir la puerta de la reacción en la Casa Rosada cuando personalizó las críticas en ciertos integrantes del Gabinete. Por lo que dice, pero también por quien invita a los actos políticos. No pasa desapercibido que sus reuniones llevan el sello de Unidad Ciudadana. A medida que lustra el vehículo electoral de 2017, se avivan las certezas con respecto a una división para 2023 y el Frente de Todos se convierte en cenizas de las que renace una autonomía presidencial de futuro incierto. La oposición, incrédula, la llama el “Plan Puñetazo”.
Mientras el Presidente discute en la arena política con Cristina Kirchner, el jefe de Hacienda decidió derribar mitos entre los economistas de La Cámpora y el Instituto Patria. Pero su apuntado preferido es el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, con quien llegó a una provocación extrema: lo acusa de tibio.
La relación de Guzmán con su espacio político es similar a la que tiene Fernández. Dejaron de intercambiar mensajes de WhatsApp con la vicepresidenta pocos días antes de que se anunciara el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Y los viejos interlocutores que antes lo llamaban con frecuencia comenzaron a hacerle vacío tras los desplantes de Cristina Kirchner y el círculo que la rodea.
La pelea en el Frente de Todos soldó lazos que tuvieron fisuras. Parece haber quedado atrás el hecho de que el Presidente sondeó a Roberto Lavagna para darle el Ministerio de Economía. Más aún: Guzmán tiene al exministro de Néstor Kirchner entre sus confidentes, con quien discute sobre sus decisiones.
El pasado le dio al jefe de Hacienda el material de trabajo para comenzar a preparar una jugada ignominiosa contra el kirchnerismo. Sus asesores mandaron a desenterrar estadísticas de la época de Lavagna que corroboran la hipótesis de Economía: cuando al país le iba mejor, los subsidios estaban en niveles bajos, menores a los actuales.
Los recursos que pone el Estado para que el gas y la electricidad les cuesten menos a los consumidores están en el centro de la pelea que comenzó el martes pasado, seguirá hasta el tercer trimestre del año y apunta al corazón de la estrategia de la Casa Rosada que Cristina Kirchner intenta obturar.
La Argentina se comprometió con el Fondo Monetario Internacional a implementar aumentos de tarifas a partir del primer día del mes próximo. Pero cumplir con esos tiempos, que no solo mira Washington, sino también todos y cada uno de los inversores que le prestaron plata al país, sería imposible a menos que Fernández torsione la relación con el ala de enfrente hasta niveles nunca vistos.
Federico Basualdo es el subsecretario de Energía Eléctrica que Guzmán echó, pero sigue trabajando. Responde como casi ningún otro a la vicepresidenta y rechaza los ajustes de tarifas. De él depende, a su vez, Soledad Manin, a cargo del ENRE, el organismo que regula la electricidad. Sin su firma, no habría nuevos cuadros tarifarios. Es decir, la bala de plata que se guarda la Casa Rosada para mostrar certidumbre con respecto al manejo de las cuentas públicas depende de una persona que no quiere hacer lo que el Presidente le ordena.
Algo similar ocurre en el caso del gas. Federico Bernal es interventor del ente regulador. Le prometió a Alberto Fernández que trabajaría para él, pero es leal a Cristina Kirchner, quien lo lanzó a la política y lo convirtió en su asesor cuando fue senadora.
Basualdo y Bernal le hicieron llegar a Guzmán que de ninguna manera podrían aumentar las tarifas el mes próximo por cuestiones administrativas. Lo hicieron a través del secretario de Energía, Darío Martínez, uno de los pocos interlocutores en pie. Así, los aumentos se demorarían al menos hasta septiembre. Es una tiranía del calendario conveniente al sentimiento de la línea kirchnerista: cuando los días fríos comienzan a irse, las subas de tarifas se notan menos porque cae el consumo.
Sin aumentos de luz y gas comprometerá el resultado fiscal que prometió la Casa Rosada, clave a su vez para anclar las expectativas inflacionarias. Lo contrario implicaría poner más plata en la calle, aumentar impuestos o tomar deuda.
Alberto Fernández está al tanto de la jugada preparada por los funcionarios kirchneristas. Por eso les avisó desde Europa que, si no hacen lo que les manda, deberán dejar sus cargos. De manera que se enfrenta a una decisión riesgosa: convalidar los tiempos del “opoficialismo” o echar a las espadas de Cristina Kirchner y voltear la última colina que contiene la pelea con la vicepresidenta.
Hay un dato sobresaliente: Fernández asegura que las tarifas van a aumentar y la vicepresidenta no le dio a su gente la orden de frenar esa decisión.
La muralla que se edificó entre ambos tiene que ver con los mensajes que reciben con respecto a la economía. Mientras Guzmán y Matías Kulfas (Desarrollo Productivo) le muestran al Presidente un futuro positivo, Kicillof y otros técnicos del espacio le confirman a la vicepresidenta que el país se conduce a la profundización de la crisis.
Los integrantes de la fórmula presidencial les agregan su propio sesgo a esas miradas y los contaminan con una larga lista de reproches personales. Fernández exagera los datos positivos. Ese frenesí está en la base del novedoso ímpetu que mostró en los últimos cinco días y explica por qué ató su suerte a la de su ministro de Economía.
Guzmán puede vender futuro, pero no le alcanza para facturar presente. El Banco Central no puede sumar reservas en mayo, un mes habitualmente amigable con la llegada de dólares, la sociedad está diezmada en su poder de compra y la Argentina se encamina a cerrar 2022 con una inflación por encima del 65%, algo que hace extrañar al peor número de Mauricio Macri.
Los efectos de la emisión de dinero se notan meses después de llegar a la calle. De manera que los $285.000 millones de los primeros cuatro meses del año convirtieron a la suba de precios en una piedra rodante que probablemente no reduzca su velocidad antes del crítico octubre de 2023. El plan económico es perdurar: sostener la situación actual con la expectativa de que el tiempo profundice el crecimiento de la actividad que ocurrió el año pasado y mejore la capacidad de compra de la población.
Fernández le ordenó a Guzmán trabajar sobre los ánimos. A fines de esta semana o principios de la próxima, el Presidente convocará -otra vez- a una mesa conformada por sindicatos, empresas y el Gobierno bajo el lema de concertar la desindexación de las expectativas. Creen que así la inflación podría converger en agosto, septiembre u octubre en un nivel cercano al 3% mensual, la mitad que el actual. Así, viajaría a una velocidad interanual del 30%, una cifra mala, aunque terrenal, en comparación con el sideral 80% que representaría el número de abril.
La economía es una materia compleja, pero los asesores de Fernández, Kirchner y Sergio Massa les hicieron llegar una versión abreviada según las necesidades electorales. Se resume en el nivel de empleo, los salarios y la inflación. Son los tres determinantes de una votación.
El primero de ellos, ambiguo al momento de hacer conclusiones por su confección estadística, comenzó a dar un poco mejor. Pero los dos restantes son catastróficos. Un articulador del Frente de Todos que no se da por rendido lo puso en términos positivos: hay mucho por mejorar.
La ruptura permanente
Hay una encuesta incómoda para las aspiraciones rupturistas de los socios que gobiernan que está sobre los escritorios de los tres socios fundadores del Frente de Todos. Sostiene que más del 80% de quienes votaron a la coalición gobernante quiere que permanezcan juntos y solucionen sus diferencias. Massa la sigue como si fuese su libro rojo. Por eso le pidió personalmente a Cristina Kirchner y a Alberto Fernández que se institucionalice una mesa para tomar decisiones. La idea no terminó de nacer, pero tampoco está muerta.
A diferencia de lo que ocurrió hasta ahora, una parte de las dudas provienen de la posición disruptiva del Presidente. Algunos sospechan que Fernández lanzó munición gruesa contra su compañera de fórmula en los últimos días para subirse el precio de cara a una discusión que sería inminente.
Hay oleajes en las bases de la militancia que parecen querer lo mismo que dicen los sondeos. El sábado pasado hubo una reunión en el Instituto Patria por el lanzamiento de la campaña presidencial de Lula en Brasil. Se reunieron a puertas cerradas Oscar Parrilli, un álterego de Cristina Kirchner, y Fernando “Chino” Navarro, del Movimiento Evita. Hasta participó Juan Manuel Abal Medina, quien estaba cancelado por la vicepresidenta desde que dijo que recibió bolsos con dinero en la Casa Rosada durante su gestión. El exjefe de Gabinete no había pisado el Patria hasta ese momento. El encuentro terminó con sonrisas.
En la cima del poder, en cambio, las diferencias se acrecentaron. Una parte de la respuesta está en el aire. Fernández estuvo acompañado esta semana en Europa por Santiago Cafiero, Julio Vitobello y Gustavo Beliz, los elegidos para ir a buscar los dólares del gas.
En la lista de quienes se subieron al avión, a la que la militancia kirchnerista le adjudica una parte de la radicalización del Presidente, no hay progresismo. Los efectos políticos y económicos de ese viaje tendrán un nuevo giro cuando pase el jet lag.