Alberto Fernández salió al balcón y con un gesto buscó desalentar lo que ya era inevitable. Una marea humana quebraba la resistencia de las fuerzas de seguridad y entraba como un malón a la Casa Rosada. El Presidente activó un pequeño gabinete de crisis en su despacho. La despedida de Diego Maradona, que el Gobierno centralizó en su sede y que previó masiva e histórica, no terminó como se esperaba.
En la planta baja de la Casa Rosada -a metros de donde unas 150 personas irrumpieron a la fuerza con desmanes-, según contó el diario La Nación, Cristina Kirchner almorzaba con unos pocos dirigentes en el despacho del ministro del Interior, Eduardo «Wado» De Pedro.
Atrás había quedado el reencuentro con Fernández. Después de 44 días sin hablarse, el Presidente y la vicepresidenta volvieron a verse las caras en el funeral de Maradona. Entre ambos hubo un saludo formal y una charla grupal, de la que también participaron el gobernador Axel Kicillof, De Pedro, Claudia Villafañe y las hijas de Diego Maradona. Quedó expuesta, una vez más, la frialdad que atraviesa la relación entre el jefe del Estado y la expresidenta.
Más temprano, para saludar a la familia, se habían acercado decenas de referentes del oficialismo. Estuvo el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, que saludó afectuosamente a Villafañe y los ministros del gabinete, intendentes del conurbano y varios funcionarios de La Cámpora.
Por la oposición no asistió nadie. Solo se lo vio al histórico operador radical, Enrique «Coti» Nosiglia. Incluso, en medio del descontrol en la calle y dentro de la Casa Rosada, el gobierno nacional buscó cargarle parte de la responsabilidad al jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. El encargado de hacerlo fue el ministro de Interior, Eduardo De Pedro, también responsable de avanzar contra la Ciudad de Buenos Aires en materia de coparticipación.
En medio de las acusaciones con la oposición, el Presidente se defendió de aquellos que lo acusaron de utilizar políticamente la muerte de Maradona. «El que piensa que detrás de todo esto hay un acto político no tiene idea de lo que representa Maradona para el mundo», dijo el jefe del Estado en una entrevista radial. Fue el octavo reportaje que dio en menos de 24 horas.
«Si no hubiésemos organizado esto, todo hubiese sido peor», se atajó Fernández. Y agregó: «Lo que pasó hoy, hubiésemos querido que no pase».
Desde el minuto uno, el Gobierno subordinó todas las decisiones del evento a la voluntad de la familia de Maradona. El Presidente puso a disposición la Casa Rosada, y Villafañe y las hijas del astro del fútbol, Dalma, Gianinna y Jana, aceptaron la propuesta.
Pero la familia de Maradona fue intransigente respecto a los horarios, las pautas de seguridad, las personas autorizadas a ingresar y la cobertura periodística. Pidieron que el velatorio público no se extendiera más allá de las 16, para luego trasladar a los restos de Maradona al cementerio de la Bella Vista.
El subsecretario de la Presidencia, Miguel Cuberos fue, del Gobierno, quien mantuvo el contacto permanente -y ultimó los detalles de la despedida. Conforme avanzaba la ceremonia, el Gobierno intentó convencer al entorno del jugador de extender el horario, ante una multitud que se llegó a extender por varias cuadras y la dificultad de interrumpir el homenaje.
«Honestamente llegué a la mañana, le di un beso Claudia y a las tres hijas de Diego, les di mi pésame, recé un padre nuestro y me fui», contó el Presidente sobre sus primeras horas en la Casa de Gobierno.
Atrás había quedado el descontrol. Ya sin funcionarios ni testigos ocasionales, el cuerpo de Diego Maradona había sido trasladado al salón de los Pueblos Originarios ante la posibilidad de un desborde dentro de la Casa Rosada. Fue en ese momento que la familia decidió dar por terminado el velorio, pero no terminó todo ahí.
Mientras afuera del amplio salón una decena de militares con armas largas velaban por la seguridad del cuerpo, adentro se tomaron unos minutos para hacer una despedida en paz. Con el cajón abierto, uno de los pocos que estuvo presente fue el presidente Alberto Fernández. Apenas lo vio, Claudia Villafañe se acercó, lo tomó del brazo y lo llevó hasta donde reposaba el astro futbolístico. No fue lo que imaginó el Presidente, mucho menos lo que ideó. Lo que se pensó como un «hito» terminó en escándalo.