El último adiós popular a Diego Maradona terminó antes de lo previsto. Un aluvión de fanáticos rompió las rejas y ganó los principales accesos de la Casa Rosada, provocando incidentes y roturas en el interior de la sede de gobierno. Las autoridades se vieron obligadas a retirar de la capilla ardiente el féretro con los restos del ídolo y a levantar la ceremonia tres horas antes de lo anunciado.
Todo se desmadró justo cuando el Gobierno había convencido a la familia de Maradona de extender las visitas del público hasta las 19, para dar respuesta a la multitud que se acercaba incesantemente a la Plaza de Mayo. Claudia Villafañe y las hijas de Maradona, Dalma, Gianinna y Jana, estaban inflexibles: querían que todo terminara a las 16. El Presidente y varios de sus funcionarios intentaron persuadirlas durante varias horas, e incluso el jefe del bloque del Frente de Todos en Diputados, Máximo Kirchner, el gran ausente de la jornada, las contactó por teléfono.
Pasadas las 14.30, Cristina Kirchner llegó a la Casa Rosada. En el Gobierno se enteraron de su visita pocos minutos antes y rápidamente desplegaron un operativo para allanar el ingreso de la vicepresidenta a la Casa de Gobierno, lugar que no pisaba desde el 31 de agosto. La capilla ardiente -en el ingreso de Balcarce 50- se cerró por completo al público, que venía circulando desde las 6. Todos los invitados especiales, artistas, políticos y deportistas también debieron vaciar el lugar cuando ingresó la expresidenta.
Así, en la capilla ardiente, quedaron muy pocas personas. Fernández, Cristina Kirchner; el ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro, y el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, conversaron durante unos 15 minutos, sin testigos, con Villafañe y las hijas.
Cuando la vicepresidenta se retiró del lugar -se recluyó a almorzar en el despacho de De Pedro junto con la senadora Anabel Fernández Sagasti- el Gobierno anunció que la ceremonia se prorrogaba tres horas más, hasta las 19. Esa información, lejos de descomprimir la situación, generó el efecto contrario.
Cuando las puertas se abrieron fue como destapar una olla a presión. Para entonces, en las inmediaciones de la Plaza de Mayo, se vivía una batalla campal. Una multitud se agolpó en las rejas perimetrales de la Casa Rosada y rompió uno de los portones. Ante la desesperación, los efectivos de Casa Militar, la Policía federal y Gendarmería, que observaban que en la primera fila había menores de edad, optaron por abrir las puertas. Fue el momento que una marea humana irrumpió por los dos principales accesos a la Casa Rosada: Balcarce 50 y Balcarce 24.
Frente al féretro de Maradona, se agolparon cientos de personas que empujaron los vallados y un efectivo de Casa Militar terminó lastimado en la frente. Del lado de la explanada, por donde ingresa todos los días el Presidente y los funcionarios, tiraron abajo el busto de Hipólito Yrigoyen. Los gases lacrimógenos de las fuerzas de seguridad penetraron al interior de la Casa Rosada y se sintieron en todos los rincones.
“Diego no se murió, Diego no se murió, vive en el pueblo…», tronaba en el Patio de las Palmeras, que fue habilitado como salvoconducto para despejar el lugar. En unos segundos, las fuerzas de seguridad organizaron una especie de corralito para contener a los que ingresaron por la fuerza. Fernández y Cafiero se asomaron a uno de los balcones que da a la Plaza de Mayo y vieron toda la escena.
Cambio de rumbo
La decisión política siempre fue la de prorrogar la ceremonia. Pero la realidad se precipitó en dirección contraria. Pasadas las 16, la Avenida de Mayo y 9 de Julio era epicentro de disturbios. La policía, que desde hacía horas disparaba ocasionalmente balas de goma, comenzó a disparar sin pausa, y los simpatizantes huyeron en todas las direcciones. La gran mayoría lo hizo en dirección al Congreso, por la Avenida de Mayo. Desde ahí, empezaron a tirar piedras a la hilera de policías que, con escudos antidisturbios, avanzaba cada vez más.
Tras los incidentes en el interior de la Casa Rosada, en tanto, el Gobierno trasladó los restos de Maradona al Salón de Pueblos Originarios, en la planta baja, y pasó a custodiarlo con militares con armas largas. Una vez que se controló la situación, en su despacho, Fernández analizó los pasos a seguir junto al jefe de gabinete, Santiago Cafiero, el ministro del Interior, Eduardo «Wado» De Pedro, y la ministra de Seguridad, Sabina Frederic.
Se evaluaron tres opciones: volver a abrir las puertas al público por algunas horas, habilitar solo una despedida íntima para la familia o, directamente, iniciar el cortejo fúnebre hasta el cementerio de Bella Vista. Ganó la última opción. “La familia transmitió su deseo y voluntad de dar por concluida la ceremonia”, se informó en un comunicado oficial.
De Pedro, en tanto, salió a cruzar a Horacio Rodríguez Larreta y lo responsabilizó por los desbordes e incidentes en el microcentro. «Les exigimos que frenen ya esta locura que lleva adelante la Policía de la Ciudad. Este homenaje popular no puede terminar en «, escribió el ministro en la red social Twitter mientras la vicepresidenta se encontraba en su despacho.
Desde Juntos por el Cambio, el senador Martín Lousteau acusó al Gobierno de sacar “rédito político” y el diputado Alfredo Cornejo pidió que el Gobierno “se haga cargo de sus decisiones”. La red social también se llenó de respuestas recordando que la Casa Rosada fue la que propuso la ceremonia.
En declaraciones radio Continental, Fernández analizó: “Todo funcionó muy bien hasta que algunos viendo que se iban a quedar a afuera rompieron la puerta y se precipitaron. Fue la desesperación de algunos, que hicieron mal. Pero si no hubiéramos hecho todo esto, hubiera sido peor”.